martes, 29 de septiembre de 2009

La cultura de la opresión femenina. Sobre el libro: “Mujeres e industrias culturales” de Michèle Mattelart.




















*Comentario sobre el libro “Mujeres e industrias culturales” publicado en 1982 por Michèle Mattelart


Por Miguel Porta



Autor : Mattelart, Michèle.
Títol : Mujeres e industrias culturales.
ISBN : 84-339-0764-6.
Edicio : Barcelona : Anagrama , 1982.
Colacio : 119 p. ; 18 cm.
Col·leccio : Cuadernos Anagrama. Comunicación.


“Mujeres e industrias culturales” -trabajo realizado en 1981 por encargo de la División para el Desarrollo Cultural de la UNESCO- es la última e interesante obra de Michèle Mattelart traducida al castellano. A partir de la hipótesis (suficientemente razonada y demostrada en trabajos anteriores de la autora) de que los media están condicionados histórica y socialmente y que su función es la de responder a las necesidades de un sistema de poder manteniendo la cohesión necesaria, a fin de garantizar el funcionamiento armonioso del cuerpo social y la coexistencia en su seno de los diferentes grupos y clases, Michèle Mattelart se pregunta por la forma de actuar de los media y la cultura de masas sobre la mujer, y por el tipo y función de la imagen de mujer que movilizan estos media.

La tesis de la autora es que la mujer es uno de los blancos predilectos de la comunicación de masas, que intenta, mediante un nuevo orden de representación simbólica, lograr que la mujer cumpla dos funciones generales que el sistema les tiene asignadas: por un lado, a la mujer se le otorgaría la misión de pacificar, equilibrar y resolver ciertas contradicciones especiales del sistema (en familia, educación, etc) mientras que, por otro lado, la mujer debe asumir e interiorizar el papel de pilar de la economía de apoyo (reconstrucción de la fuerza de trabajo mediante el trabajo invisible -devaluado y no pagado- que asegura el funcionamiento del sistema y permite una alta tasa de extracción de plusvalía del trabajo del marido, e indirectamente, también del de la mujer).

Los media, a través de fotonovelas, revistas femeninas, seriales radiofónicos, telenovelas, programas femeninos, etc. (que van evolucionando y adaptándose según los tiempos), se aplican a acompañar la cotidianidad femenina creando u ideal y una imagen de mujer completamente mixtificada mediante la consagración del hogar como lugar natural en donde la mujer “puede liberar mejor sus talentos, desarrollar sus dotes de imaginación y aprovechar todas las facultades que habría desplegado en el exterior”.

Así pues, y como reza el eslogan de una conocida colección de libros femeninos de una multinacional canadiense, la cultura massmediática traslada a la mujer “a un mundo maravilloso del que seréis la única heroína”.

Pero ¿Cuáles son los valores y la concepción del mundo que se transmiten impunemente a la mujer a través de los mensajes bombardeados por los media? La cultura de masas diseñada para la mujer transmite aquellos valores y aquella concepción del mundo que corresponde al sistema de poder capitalista establecido: la recompensa corona a los buenos y virtuosos, exaltación del matrimonio, del sacrificio, del valor, de la abnegación, del deber cumplido, del amor (que puede superar las diferencias de clase), etc.

La solución de los problemas y contradicciones es además, siempre una tarea individual y nunca colectiva, convirtiéndose los media en el lugar privilegiado de cristalización ideológica en el que , en palabras de Mattelart, “se fagocitan los elementos disruptores, se abosorben las representaciones que rompen con la regla e introducen en el desorden”. En resumen, los media son el lugar en donde se reducen las contradicciones sociales y en donde “el orden no necesita hablar de política para hacerla”.

Conviene recalcar que el modelo de mujer que construye y transmite la cultura de masas a través de los media (un modelo, por lo demás, sexista, clasista, urbano e industrial) es perfectamente funcional con las necesidades del sistema y con su evolución, así se consigue, por ejemplo, que las mujeres asuman el valor secundario de su trabajo, tanto del trabajo doméstico como del posible trabajo que puedan realizar fuera del hogar. Es así como la mujer será, sin excesiva dificultad, impulsada o expulsada del trabajo productivo a bajo precio y según convenga a las necesidades de acumulación del capital.

Pero no sólo se consiguen evidentes ventajas en el plano productivo, sino que la inversión ideológica que el capital realiza en la mujer produce sus beneficios en los planos cultural, educativo, político, etc. y no resulta muy difícil manipular a la denominada masa femenina a favor del orden, la familia, la libertad de enseñanza o lo que convenga.

Por lo demás, la cultura massmediática es cada vez más transnacional, siendo en EEUU en donde se puede localizar la fuente de los modelos y patrones de la cultura de masas del capitalismo avanzado, cosa que da lugar a lo que Armand Mattelart calificó en su día de “fase superior del monopolismo cultural”.

Podemos concluir con Mattelart que la cultura femenina lanzada por los media es la cultura de la opresión de la mujer y que tal cultura tiene como misión la de asegurar que la mujer desempeñe un papel “regulador” en la economía capitalista (trabajo doméstico impagado, ejercito laboral de reserva barato y disciplinado, consumismo femenino, etc.) y un papel reproductor de la ideología dominante (interiorización y transmisión de imágenes y símbolos, educación, garantía de equilibrio moral y afectivo, etc.). ¿Alguien puede creer todavía en la neutralidad y asepsia de los mensajes con que se obsequia a la mujer?

Publicado en El País. Año 1982

Mujeres sin voz

Su silenciamiento está globalizado: en el Sur y en el Norte, solo protagonizan el 20-30% de las noticias, y casi siempre como víctimas.

Periodistas, investigadoras y ONGs abogan por un tratamiento mediático que recoja todas las dimensiones y actividades femeninas.

Madrid, 19 abr. (COLPISA, Manu Mediavilla)




Entre silenciadas y silenciosas. Así se perfilan las mujeres en la mayoría de medios de comunicación, tanto de los países en desarrollo como del mundo rico. Lo han constatado con preocupación periodistas, investigadoras y organizaciones no gubernamentales en una Jornada sobre Género y Medios de Comunicación convocada por la campaña ‘Muévete por la Igualdad. Es de justicia’ que llevan adelante las ONGs Ayuda en Acción, Entreculturas e InteRed. Pero han desbordado el lamento para proponer una solución en clave de periodismo básico: dar un tratamiento informativo proporcionado que recoja todas las dimensiones y actividades femeninas.

La idea, como subrayó la profesora de la Universidad de Deusto María Pilar Rodríguez, se justifica por la enorme influencia de los medios sobre la visión ciudadana de la realidad: hasta un 70% de personas los utiliza “como fuente exclusiva” en temas como la violencia machista. De ahí la necesidad de un nuevo “modelo informativo en el que desaparezca el patrón de las mujeres como víctimas y sujetos pasivos”, pero también el enfoque de “dos extremos, las víctimas y las directivas”.

Calidad informativa

El reto, que debería apoyarse en una buena formación en género desde el primer nivel universitario, lo remachó la mexicana Sara Lovera desde el Servicio de Noticias de la Mujer de Latinoamérica y el Caribe (SEMLAC): “Lo importante es ser buenas y buenos periodistas, mirar de otra manera la realidad. No trabajamos con ‘las pobrecitas’, no debemos excluir a las actoras que están construyendo la sociedad. Basta con hacer periodismo, a secas”. O, dicho con palabras de Karmele Jaio, responsable de prensa de Emakunde (Instituto Vasco de la Mujer), “es cuestión de calidad de la información, de exigencia profesional, de quebrar las rutinas” que hacen repetir notas oficiales y dejar sin consultar a protagonistas directos de la noticia.

La jornada, que arrancaba con un análisis sobre “las mujeres y el Sur en el discurso informativo” para plantear “herramientas para un periodismo con perspectiva de género”, enseguida concluyó que el silenciamiento noticioso de la población femenina está globalizado. Si la reportera mexicana Sanjuana Martínez limitaba al 20% la información protagonizada por mujeres en los medios latinoamericanos -y repleta además de “clichés, estereotipos, violencia de género, frivolidades y farándula”-, Jaio relativizaba la “percepción igualitaria sobre los países nórdicos” con un dato televisivo de Finlandia que cifraba aquel protagonismo femenino en el 21%.

Discurso en masculino


La realidad de la mitad de la población también está, pues, desenfocada en el Norte desarrollado que presume de libertades de prensa y expresión. Y aunque el ejemplo finlandés citado por la portavoz de Emakunde subía hasta el 31% al contabilizar a las TV públicas de Noruega, Holanda y Alemania incluidas en el mismo estudio europeo “Screening gender” que sirvió de base para una “Guía de buenas prácticas sobre género en televisión”, los datos no se apartaban mucho de los estereotipos discriminatorios. Las mujeres lograban su mayor protagonismo informativo en temas de relaciones humanas (49%), salud (45%) y familia (44%), pero sus “voces autorizadas” apenas se dejaban oír en un 17-21% de casos, frente a un abrumador 80% largo de “expertos” masculinos.

Mientras ellas quedan “silenciadas o silenciosas”, excluidas por completo o asomándose “en un papel secundario y hasta decorativo”, añadía Jaio, “los hombres se llevan el tiempo de discurso”. Pero no solamente en cantidad (las mujeres no pasan del 31%), sino también en calidad, en los pequeños-grandes detalles que agigantan la desigualdad: ellas son “interrumpidas más que los hombres”, mientras ellos son “invitados más veces a hablar” e intervienen “con más frecuencia sin darles la palabra”. Por no hablar de aspectos formales discriminatorios, desde llamarlas por su nombre de pila hasta insistir en su vestuario o sus responsabilidades familiares, que no se plantean a sus colegas varones.

Discriminación viscosa”

La secretaria de Estado de Cooperación, Soraya Rodríguez, había hablado de esa “discriminación viscosa” que se desparrama por todos los ámbitos de la vida social y privada y que “convierte en información la no información” anecdótica y “de posado” de las esposas de los mandatarios reunidos en la reciente cumbre del G-20. Porque no se trata simplemente, como hizo notar la periodista y fundadora de Mujeres en Red, Montserrat Boix, de hablar de la población femenina, sino de hacerlo “de los derechos de las mujeres y de la igualdad”. Y con rigor, para lo cual sugirió un mayor activismo feminista y profesional periodístico “para ejercer el derecho de la ciudadanía a la información”.

Fuente: http://www.mujeresenred.net/

viernes, 25 de septiembre de 2009

Judith Butler, "El género en disputa: el feminismo y la subversión de la identidad"


Judith Butler (24 de febrero de 1956 –) es una filósofa post-estructuralista y profesora del departamento de retórica y literatura comparada de la Universidad de California, Berkeley, que ha realizado importantes aportaciones en el campo del feminismo, la teoría Queer, la filosofía política y la ética.
Autora de El Género en disputa. Feminismo y la subversión de la identidad (1990) y Cuerpos que importan. El límite discursivo del sexo (1993), ambos libros describen lo que hoy se conoce como Teoría Queer.
Una de las contribuciones más destacadas de Butler es su teoría performativa del sexo y la sexualidad. Tradicionalmente, el constructivismo ya nos hablaba de la construcción del género, es decir, que las categorías femenino y masculino, o lo que es lo mismo, los roles de género son constructos sociales y no roles naturales. Pero Butler sobrepasa el género y afirma que el sexo y la sexualidad lejos de ser algo natural son, como el género, algo construido. Butler llega a esta conclusión basándose en las teorías de Foucault, Freud y sobre todo de Lacan. De este último parte al hablarnos de lo "forcluido", es decir, de aquellas posiciones sexuales que suponen un trauma el ocuparlas. Y ante el miedo a ocupar alguna de estas, el individuo se posiciona en una heterosexualidad falogocéntrica, es decir, una heterosexualidad regida por la normativa del imperialismo heterosexual masculino en la que asumir la sexualidad hetero implica asumir un sexo determinado. Aparte de El género en disputa y Cuerpos que importan, Judith Butler también es autora de otros títulos, entre ellos Mecanismos psíquicos del poder (1997), El grito de Antígona (2000), Contingencia, hegemonía, universalidad (2000, diálogo a tres bandas con Slavoj Zizek y Ernesto Laclau), La mujer y la transformación social (2003), Vida precaria (2004) y Deshacer el género (2004).
El género en disputa: el feminismo y la subversión de la identidad

Judith Butler es una de las feministas de referencia en el panorama filosófico actual y El género en disputa es un texto indispensable para el movimiento feminista.

El género en disputa, obra fundadora de la llamada teoría queer emblema de los estudios de género como se conocen hoy en día, es un volumen indispensable para comprender la teoría feminista actual: constituye una lúcida crítica a la idea esencialista de que las identidades de género son inmutables y encuentran su arraigo en la naturaleza, en el cuerpo o en una heterosexualidad normativa y obligatoria.

Libro interdisciplinario que se inscribe simultáneamente en la filosofía, la antropología, la teoría literaria y el psicoanálisis, este texto es deudor de un prolongado acercamiento de la autora al feminismo teórico, a los debates sobre el carácter socialmente construido del género, al psicoanálisis, a los estudios pioneros sobre el travestismo, y también a su activa participación en movimientos defensores de la diversidad sexual.

Así, con un pie en la academia y otro en la militancia, apoyada en su lectura de autores como Jacques Lacan, Sigmund Freud, Simone de Beauvoir, Claude Lévi-Strauss, Luce Irigaray, Julia Kristeva, Monique Wittig y Michel Foucault, Butler ofrece aquí una teoría original, polémica y desde luego subversiva, responsable ella misma de más de una disputa.

Judith Butler es la autora de uno de los libros más influyentes del pensamiento contemporáneo,El género en disputa. Feminismo y la subversión de la identidad, donde ya en los años noventa ponía en jaque la idea de que el sexo es algo natural mientras el género se construye socialmente. Sus trabajos filosóficos, complejos y muy difíciles de divulgar sin desvirtuar, han contribuido a construir lo que hoy se conoce como Teoría Queer y tuvieron un papel fundacional en el desarrollo del movimiento queer. Esta breve guía se detiene en puntos clave de su pensamiento.

1- Butler y su giro copernicano

Ese giro se produce en torno del género y marcó la evolución de las concepciones que se venían teniendo al respecto dentro del feminismo. Cuando en 1990 publica El género en disputa, las ideas se dividían a grandes rasgos entre las que entendían al género como la interpretación cultural del sexo y aquellas que insistían en la inevitabilidad de la diferencia sexual. Ambas presuponían que el “sexo”, entendido como un elemento tributario de una anatomía que no era cuestionada, era algo “natural”, que no dependía de las configuraciones sociohistóricas.

Butler plantea que el “sexo” entendido como la base material o natural del género, como un concepto sociológico o cultural, es el efecto de una concepción que se da dentro de un sistema social ya marcado por la normativa del género. En otras palabras, que la idea del “sexo” como algo natural se ha configurado dentro de la lógica del binarismo del género.

2- Judith en el principio de los movimientos queer

Este planteamiento, a partir del cual el sexo y el género son radicalmente desencializados, desestabilizó la categoría de “mujer” o “mujeres”, y obligó a la perspectiva feminista a reconcebir sus supuestos, y entender que “las mujeres”, más que un sujeto colectivo dado por hecho, era un significante político. Al mismo tiempo, esta aguda desencialización del género, la idea de que las normas de género funcionan como un dispositivo productor de subjetividad, sirvió de fundamento teórico y dio argumentos y herramientas a una serie de colectivos, catalogados como minorías sexuales, que también, junto a las mujeres, eran (y continúan siendo) excluidos, segregados, discriminados por esta normativa binaria del género. En este sentido, el giro copernicano de Butler ayudó mucho al impulso y la expansión de los movimientos queer, y también trans e intersex.

3- Y el sexo..., ¿dónde está?

La impronta de Michel Foucault, y en particular su trabajo en la Historia de la sexualidad, es evidente. Ahora bien, si en el caso de Foucault el dispositivo de la sexualidad no tiene en cuenta el género, para Butler es esencial. A partir de Butler el género ya no va a ser la expresión de un ser interior o la interpretación de un sexo que estaba ahí, antes del género. Como dice la autora, la estabilidad del género, que es la que vuelve inteligibles a los sujetos en el marco de la heteronormatividad, depende de una alineación entre sexo, género y sexualidad, una alineación ideal que en realidad es cuestionada de forma constante y falla permanentemente.

Es importante insistir en que Butler no quiere decir que el sexo no exista, sino que la idea de un “sexo natural” organizado en base a dos posiciones opuestas y complementarias es un dispositivo mediante el cual el género se ha estabilizado dentro de la matriz heterosexual que caracteriza a nuestras sociedades. Puesto en otros términos, no se trata de que el cuerpo no sea material, no se trata de negar la materia del cuerpo en pos de un constructivismo radical, simplemente se trata de insistir en que no hay acceso directo a esta materialidad del cuerpo si no es a través de un imaginario social: no se puede acceder a la “verdad” o a la “materia” del cuerpo sino a través de los discursos, las prácticas y normas.

4- El género como performance

Antes que una performance, el género sería performativo. Esta diferencia entre pensar al género como una performance y pensar en la dimensión preformativa del género no es trivial. Decir que el género es una performance no es del todo incorrecto, si por ello entendemos que el género es, en efecto, una actuación, un hacer, y no un atributo con el que contarían los sujetos aun antes de su “estar actuando”. Sin embargo, en la medida en que este performar o actuar el género no consiste en una actuación aislada, “un acto” que podamos separar y distinguir en su singular ocurrencia, la idea de performance puede resultar equívoca. Hablar de performatividad del género implica que el género es una actuación reiterada y obligatoria en función de unas normas sociales que nos exceden. La actuación que podamos encarnar con respecto al género estará signada siempre por un sistema de recompensas y castigos. La performatividad del género no es un hecho aislado de su contexto social, es una práctica social, una reiteración continuada y constante en la que la normativa de género se negocia. En la performatividad del género, el sujeto no es el dueño de su género, y no realiza simplemente la “performance” que más le satisface, sino que se ve obligado a “actuar” el género en función de una normativa genérica que promueve y legitima o sanciona y excluye. En esta tensión, la actuación del género que una deviene es el efecto de una negociación con esta normativa.

5- Poderes y políticas

Hablar de género es hablar de relaciones de poder. Hay que tener muy en cuenta que en esta negociación, el no encarnar el género de forma normativa o ideal supone arriesgar la propia posibilidad de ser aceptable para el otro, y no sólo esto, sino también, incluso, supone arriesgar la posibilidad de ser legible como sujeto pleno, o la posibilidad de ser real a los ojos de los otros, y aun más, supone en muchos casos arriesgar la propia vida. En este sentido, la oportunidad política a la que abren los señalamientos de Butler se debe a que si el género no existe por fuera de esta actuación, y las normas del género tampoco son algo distinto que la propia reiteración y actuación de esas mismas normas, esto quiere decir que ellas están siempre sujetas a la resignificación y a la renegociación, abiertas a la transformación social. Estas normas que son encarnadas por los sujetos pueden reproducirse de tal modo que la normas hegemónicas del género queden intactas. Pero también estas normas viven amenazadas por el hecho de que su repetición implique un tipo de actuación que pervierta, debilite o ponga en cuestión esas mismas normas, subvirtiéndolas y transformándolas. Esta inestabilidad constitutiva de las normas es una oportunidad política.

6- La aparición de la homosexualidad

En paralelo con otras autoras que también han revisado el hecho de que las ideas que conlleva el género han sido tributarias de la matriz heterosexual -como por ejemplo Monique Wittig, Adrienne Rich o Gayle Rubin- los planteamientos de Butler apuntan a señalar que los ideales de masculinidad y feminidad han sido configurados como presuntamente heterosexuales. Si desde el esquema freudiano, por ejemplo, se parte de la idea normativa de que la identificación (con un género) se opone y excluye la orientación del deseo (se deseará el género con el cual no nos identificamos) -identificarse como mujer implicaría que el deseo debería orientarse hacia la posición masculina, y viceversa-, Butler planteará que esto no es necesariamente así. (Este es el prejuicio que permite entender el hecho de que históricamente se haya pensado en la idea de que un hombre que desea a otros hombres tenderá a ser necesariamente afeminado, y lo mismo en el caso de las mujeres, que si desean lo femenino, esto deberá asociarse con la identificación con lo masculino)

7- La ley del deseo

Desde el punto de vista de Butler, deseo e identificación no tienen por qué ser mutuamente excluyentes. Y aún más, ni siquiera, ni tampoco, éstos tendrían por qué ser necesariamente unívocos. No hay ninguna razón esencial que justifique que una debe identificarse unívoca e inequívocamente con un género completa y totalmente. Asimismo, tampoco habría ninguna necesidad en que una deba orientar su deseo hacia un género u otro. Tal es el caso por ejemplo de la bisexualidad.

En tanto ideales a los que ningún sujeto puede acceder de forma absoluta, masculinidad y feminidad pueden ser -y de hecho son- distribuidos, encarnados, combinados y resignificados de formas contradictorias y complejas en cada sujeto. Y no hay encarnaciones o actuaciones de la feminidad o de la masculinidad que sean más auténticas que otras, ni más “verdaderas” que otras. Lo que habría, en todo caso, son formas de negociación de estos ideales más sedimentados, y por ende naturalizados o legitimados que otros, lo que consecuentemente los vuelve “más respetables” de acuerdo con un imaginario social que continúa siendo primordialmente heterocéntrico.